Los hoteles son como el cielo, teniendo como idea de que es un lugar en donde todo se hace por la felicidad de sus habitantes. Todos los lugares y todas las cosas te pertenecen en la medida en que puedes disfrutar de ellas en todo momento, sin embargo, igual que en el cielo, solo puedes disfrutar de ellas mientras permanezcas en él, y solo puedes ingresar si previamente te «portaste bien» como para haber cubierto lo del ingreso.

En un hotel duermen en la misma noche personas que roncan en frecuencias similares, pero sueñan en diferentes idiomas. Esas personas comparten los espacios comunes (sauna, piscina, comedor, bar, recepción, parqueadero) y se comportan con la misma pulcritud que se hace con las personas cercanas, y dicho esto, quizá sea bueno decir que un hotel puede ser el viaje más corto a una universidad porque muchos de los que van a él empiezan a comportarse en mejores modos.

El bar del hotel es un bar como propiamente dice su nombre, aun así, tiene diferencia con los otros porque parece el bar de la casa. Un hotel es un lugar para todos, cruzas sus pasillos, y sabes que en los pisos hay una Torre de Babel, no solo diferentes idiomas, no solo diferentes maneras de pensar, no solo diferentes maneras de vestirse, si no que, además, otras formas de apropiarse de los espacios.

Hotel en español se escribe con una H al comienzo, letra a la que le decimos muda. Esa letra es muda porque guarda secretos. En los hoteles están sembrados una extensa dimensión de secretos como en los confesionarios de los templos y los consultorios de los psicólogos. Un hombre entra vestido de soprano y dentro de las habitaciones puede convertirse en barítono o tenor, e incluso volverse un cantante de música gregoriana, y al final de la estadía este cantante imaginario sale, siendo otra persona, pero vestido con el mismo ropaje con el que aparentó entrar y aparenta salir a la calle.