Ella reconoce el vocabulario de la arena, lo usa para entender el aleteo de las olas, traduce el aroma de sus emociones al lenguaje de la sal en el agua. Extiende sus piernas y calcula su peso de mujer aérea —hace la conversión, cabe exacta sin perturbar las olas. Respira con los ojos cerrados, repasa el movimiento —inhala, exhala. Trae al presente sus días en clase de aritmética, suma un recuerdo, otro, un siguiente, y uno más, luego los deja caer sobre una ola que los lava y limpia para ponerlos en un estado al que se le puede llamar, recuerdos sin heridas.
