Ella dijo: no soy el arco o la flecha, soy el impulso, la intuición de la que surge la fuerza para temblar la puntería y poner en el punto exacto la flecha guiada por el ojo. Él no respondió, entendió que no era la fuerza de sus instrumentos a los que ella daba crédito para su gusto, se puso a escucharla, a sentirla sin otro motivo qué saberla acurrucada en sus propósitos de hombre en pos de encontrarla.
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