Miró a la mujer del café, una jovencita sin haber cumplido veinticinco años, le gustó la forma de su boca, le dio mucho gusto imaginarla dándole forma a un beso, le pidió un café suave, y una porción de galleta de avena, fue hasta una de las mesas, dejó en ella el libro abierto, esperó a ser llamado por el nombre, así fue, unos minutos después dijeron, ‘Maqroll, señor Maqroll, su café está listo‘. Volvió a ver a la muchacha mientras recogía con la taza de café una servilleta, notó que llevaba un tatuaje en su brazo, la imaginó delirando por el dolor ante la aguja del tatuador, recordó entonces que así la memoria le había sido tatuada, pensó en ‘Ilona’ y volvió a la mesa a cerrar el libro mientras el aroma del café daba peso a los minutos.
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