Escuchas el sonido de la lavadora, vas hasta la cocina, miras el reloj, quedan quince minutos antes de que puedas sacar la ropa, y todavía está pendiente la cesta con la ropa blanca. Ya pasaron las once, hay un brillo de estrellas afilándose para clavarse en tus ojos. Ves por la ventana, notas que en los otros apartamentos también hay luces apresurándose a iluminar todo aquello que les es alcanzable. Los vecinos de uno de los apartamentos están pintando, no a esta hora, han estado pintando esta semana y no han puesto las cortinas, tampoco han ordenado los muebles. La ropa dentro de lavadora ha dado más vueltas, ya quedan pocos minutos. Notas que tus pies están descalzos porque sientes el frío de las baldosas, si tu madre te viera diría que te resfrías si no te pones calzado pronto, y haces caso, aunque ella no está ahí para decirlo. Vas hasta el cuarto por unas alpargatas de fique, las empiezas a usar, no vuelves a la cocina, cruzas hasta el cuarto de los libros, escoges uno al azar, de la parte en donde están los de poesía, es de Juan Gelman. Dice:
La rueda
El arco o puente que va
de tu mano a la mía cuando
no se tocan, abre
una flor intermedia.
¿Qué toca, qué retoca, qué trastoca
ese vacío de las manos
solas en su fatiga?
Nace una flor, sí,
se agosta en mayo como una
equivocación de la lengua
que se equivoca , sí.
¿Por qué este horror?
En la página de nosotros mismos
tu cuerpo escribe.
Imagen de Karolina Grabowska en Pixabay