Le dijo, en este hotel, primero los clientes deben ver las habitaciones y luego puede decidir quedarse en él. No están numeradas, cada una tiene un nombre. Una luz de arcilla desempolvaba las letras en las puertas. Michima, Pizarnick, Plath, Hemingway, Woolf, Pavese. Antes de seguir a la siguiente puerta sintió que el visitante devolvía sus pasos y corría, un cliente menos, unos minutos después estaba sentado en la recepción del hotel de los suicidas.
