La pareja va cada uno con su mascota de raza, las llevan con la correa colgando de su cuello mientras ellos la sostienen en sus manos. Caminaban alegres conversando acerca de una epifanía que tuvieron sobre la próxima semana, algo acerca de un sitio nuevo a donde podrán ir a tomar café y degustar postres. Los perros callejeros se acercan a ladrar a sus mascotas, que como es fácil suponer, responden con ladridos del mismo tono, tiran de las correas, y los dueños reclaman porque esos perros de la calle se aproximan demasiado. Ladran todos, unos libres y los otros encadenados. Yo sigo con los pies descalzos sobre las baldosas y el pantalón con el botón superior suelto, los últimos días siento más grande el ecuador de mi cuerpo, así que la barriga quiere salirse de la talla del pantalón que empieza a quedarle pequeña. Los perros han terminado su viaje, los de la calle se quedaron jugando entre ellos, los que habían salido a trotar con sus mascotas de raza van cruzando por la otra esquina, alcanzo a verlos, alcanzo a verme como ellos haciendo lo mismo, llevando unas mascotas atadas con una correa en la mano, y caminando para destrabar el paso del oxígeno y la sangre al cerebro, claro, como consecuencia del ejercicio diario.
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