Desde algún lugar en su imaginación observa las manos de todos los que están alrededor de la mesa, recuerda las mías, las compara, presume ver más allá del simple movimiento, una y otra hace gestos, simulacros de palabras al abrir y cerrar la palma, al extender, doblar o esconder los dedos, las voces que escucha están manchadas por esos movimientos, el recuerdo de las mías es una medida para cada acento. Un día tomó mis manos para confinar en esa caricia cualquier dolor que mi cuerpo estuviese sintiendo, reconoció en mis dedos una línea subterránea conduciendo mis temblores. Los miró a todos, uno tras otro, con el rostro aparentando atención indiferente, se aferró a mi rostro, volvió a las manos y las descompuso en un parpadeo, todas eran apenas instrumentos para sostener cucharas y cuchillos, escuchó las voces, siguió callada, tomó una servilleta y eliminó del dorso de su mano una gota, un agujero expulsado desde el líquido en el recipiente con destino a iniciar en su imaginación con una gota la lluvia.
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