La mujer de la cafetería a la que asisto sin desviaciones los fines de semana ha pedido un momento para sentarse a mi mesa. Se nos volvió costumbre una mirada con acento, con tilde en vocales secretas, una palabra cerrada en nuestros ojos, solo para ser absorbida por su ADN y el mío.
Tomó la silla justo en frente, puso sus pies junto a los míos, abiertos como si quisiera a los míos adelantar camino entre sus piernas. Pidió un sorbo de mi café, lo bebió y con una voz arqueada por la fatiga mencionó el nombre de su ex esposo. Ella apenas ha cursado veinticinco años pero vivió diez con alguien que la aventaja en edad
Volvió. Esa fue la palabra después del nombre temido, él volvió y yo ya cobré llevarlo a la tumba. Me da un papel con una dirección, me desea buena suerte, yo le prometo cumplir.