La ciudad sabe a comidas rápidas, a restaurantes, a venta de alimentos en la calle, huele a congestión y multitud, a desecho industrial, a cinco minutos antes de que pase el camión recolector de la basura, se ve como una reducción del mundo, apenas dos o tres calles abiertas para caminar, muchas para recorrer enlatado en vehículos de tracción mecánica, se ve como una colmena con una celda para dormir y otra para trabajar. La ciudad ha perdido la piel y no se puede acariciar, sus caricias son el roce de un viento que propaga contaminación, en ella se palpa lo que no tenemos, lo que dejamos de ser, se oye, apenas se oye porque los ruidos que la componen no son ella, la ciudad es otra no el ruido que pretende identificarla, una música de truenos para callarla, se oye en ella todo lo que la obliga a callar.
