Recuerdo ahora que una mañana veía las líneas de tu mano y sin esperar a mis preguntas me respondiste, es una geografía inhóspita, parece que todo está escrito, aunque es muy difícil comprender su significado a tiempo. Tomó un bolígrafo y me pidió escribir lo que yo quisiera, entonces puse un par de notas, ella con la otra mano las borró sin leerla, volvió a pedirme que escribiera, quizá no con las mismas palabras repetí lo escrito previamente, esta vez puso saliva de su boca sobre la tinta y el escrito desapareció sin ser leído.
Sonrió y yo respondí a la sonrisa con esfuerzo, ¿Insistes en dejar tu nota sobre la palma de la mano?
Sin tener una idea clara de lo que estaba haciendo repetí la nota, volví a poner las palabras, quizá cambió en algo lo escrito, aunque su esencia se mantenía, esta vez lo leyó, sonrió y metió la mano en uno de sus bolsillos, al sacar la mano, la tinta había sufrido una transformación que la negaba, había borrado nuevamente las letras en su mano. Me dijo, podemos insistir en que tú pones tu idea en la palma de mi mano, yo la borro sin que algo cambie. Las líneas, las que me pertenecen, las que son parte integral de mi mano no cambian a partir de las tuyas.
Mi geografía me pertenece, su historia se mantiene oculta o abierta, no lo sé, eso iba diciendo mientras me daba un beso en la mejilla. Las líneas, estas que vemos no sé si son la historia que viene o la que fue, es una creencia fascinante suponer que todo está escrito, así como es maravilloso creer que todo está por escribirse.
Déjame ver las líneas de tu mano, y mientras las veía empezó a cantar una canción inexistente, «junta las orillas de tus manos a mis ríos, sé la ladera abierta que me cubre sin abrigo, lleva tus manos a mi pelo, tus líneas y las mías puede que se junten»