Cultivé aridez en mi silencio,
fui presencia ciega ante tus ríos.
Como un sol autista tras la sombra de tus nubes,
arrastré mi voz al lugar donde dan frutos los tubérculos
Y olvidé la luz que con el aire vuela.
Días sin sombra, sin luz, sin niebla,
pusieron ojales y botones a la camisa estéril.
Meses innominados en el calendario,
ciudades enteras construidas en tributo
al dios del tsunami, a la diosa huracanada.
Toda grieta era un abismo,
toda línea una grieta.
Me despertó del hastío tu palabra,
diste voz a mi nombre,
ofreciste pausas y acentos,
rompiste mi memoria
y ahora estás en mi cabeza
erigiendo ciudades de páramo y de río y de mar
con la memoria de aquello que los ajenos
llaman futuro y mañana.
