Escribe uno o dos versos a la ventana cerrada, espera un poco a la puerta abierta, lee un poco bajo el balcón y ofrece tu silencio para verlo abierto. Lo anterior nada asegura, más allá de disfrutar tus palabras acometiendo vuelo de cometas, más allá de verlas desprenderse del aire y fingir el sueño de la ceniza. Apuesta el amor a esos mismos versos, que ellos sean la única moneda rodando en la mesa de juego, a ellos el movimiento de la ruleta, los dados lanzados, el naipe repartido en cartas; perderás, tendrás unas palabras cargadas de nada, con dolor pero sin forma. Escribe para poner la voz al viento, no te concederán el beso, y si es que hubiera, no abarcarán orgasmos en la promesa.
