Pongamos que duermes en mi cama y yo puedo trazar con mis manos las formas de tu cuerpo, una mano a tu rostro, los dedos surcando con señales las pestañas y las cejas, la otra mano en los hombros y una línea impronunciable que se detiene en tu escote sin atreverse más allá de lo que puede acercarla a las redondeces en tu pecho. Digamos que la tela es ingenua y se deja doblar un poco, y cuando pareciera que la vía puede cruzarse sin peaje, tú alcanzas con tu mano a la mía y me dices, no sin antes darme un beso.
