Estoy en la sede de una universidad a la cual vine hace muchos años, una novia, por supuesto, qué otra cosa podría hacer yo una noche sin que este fuese el lugar en el que estudiaba. Yo estaba en octavo o noveno semestre de ingeniería, ella en tercero de contaduría. Su nombre se pronuncia rápido y sonoro, ahora que lo escribo sé que no leerá este texto porque nos perdimos el rastro hace mucho tiempo, y no tenemos amigos comunes para suponer que uno de ellos le dirá esto que estoy escribiendo. Era una mujer bellísima. Recuerdo, y este es el verdadero motivo de esta nota, cuando nos dejamos, un noviazgo corto, me dijo «Si no tienes sexo a diario, por lo menos lee cada día.» No ha sido así, ninguna de las dos cosas han pasado, sin embargo la de leer es la que ha ocurrido con una constancia día tras día.
