La mujer que me gusta aprecia el sabor del dulce, con prudencia apetece el chocolate y se controla dignamente ante la provocación que le produce en la boca saborearlos y quedarse con ese gusto suave en la lengua. Ella camina sobre zapatos altos y respira delicadamente la brisa porque sabe que en la transparencia del aire se recogen el aroma de los panes recién salidos del horno en la panadería, el de las frutas madurándose en el árbol, el de la sal marina salpicada por las olas.
