La mujer que me gusta no sabe que sus manos abiertas dejan descubiertas las líneas de la palma y mis ojos de oráculo las miran para encontrar el instante en que estarán las mías en ellas. Ella mira sus palmas abiertas y no sabe que en ellas puede encontrarme, aun así, sin ese conocimiento a veces siente una ausencia que le pone mi nombre en su memoria.
