Yo soy un forastero que te ha amado desde siempre, en las tardes de ocasos rojos y amarillos, en los amaneceres azules que aún conservan una oblea blanca colgando del techo.
Te amé, cuando aré en la arena de mujeres que fueron solo un puerto a mi paso y en la tierra de aquellas que soportaron un poco más a mis angustias.
Te amé en mis libros y cuadernos, junto a las hojas sueltas de viejas poesías. Tú las inspiraste desde el alma de otras mujeres; espejos paralelos a la tuya.
Te amo, porque mis pies están atados, como siempre, a las huellas de tus pasos por las raíces que los siembran en la tierra.
Te amo. Sin ti no habría soledad ni compañía.