Música y dolores en vivo

Otro viernes de banda en solitario, toca un grupo cuyo nombre es «No le digan a Diego». En el bar favorito hay una muchacha nueva atendiendo a las mesas. Los de la banda están en una de las mesas que da a la calle, bajo la carpa de color verde que está afuera. Adentro, en una mesa cerca de la mía una pareja toma cerveza, en la que sigue a la de ellos dos muchachas toman vino. La semana no termina, no existe en el tiempo, es solo una manera de medirnos, otro modo en facilitar límites para juzgarnos.
Los de la banda abandonaron la mesa, quedan unos minutos antes de que empiece el momento para el toque.

Empiezan tocando ‘Bolero Falaz’ de Aterciopelados. La cantante se levanta sobre unas botas de color negro que le suben arriba de los tobillos, firmemente están atadas con cordones del mismo color. No se toman la vida con prisa, la música le pone el impulso que hacia falta para que el viernes alcance sus veinticuatro horas. Son las ocho treinta y cuatro. El tatuaje en el brazo izquierdo es invisible a mis ojos, no alcanzo a distinguir la forma dibujada por la tinta. El que pone su fuerza en la batería arrecia casi con furia con sus brazos sobre el instrumento.

«Que si vengo, que no voy
Que si estoy, que me pierdo
Que si tengo, que no doy
Que si estoy, que me vengo»

No me sé el coro de la canción, todos en el bar lo han cantado, yo hice el gesto de abrir la boca y cantar. Esa canción le gustaba a la hija de uno de mis tíos, debí haber dicho, una prima, más corto, menos palabras, pero así salió, una versión larga que dice lo mismo. No la veo hace mucho, quizá me falta una rato de charla con ella, preguntarle si todavía se come los pétalos de las rosas que habitan en el patio de sus vecinos.

Afuera llueve. No lo suficiente para que la música de las gotas sea parte del paisaje auditivo. En la mesa más cercana a la barra un muchacho quiere besar a la mujer que lo acompaña en la mesa, ella quiere, pero no ahora, se siente observada, ella quiere, pero en otro lugar y en otros espacios de su cuerpo. Me duelen los brazos, la semana de trabajo parece obrar con su pesadez sobre mis músculos.

La cabeza no ha dejado de doler. Ahora con la música ha disminuido un poco, aun así ese golpe de martillo en la parte profunda del lado izquierdo se mantiene. El saxofón espera su turno, la oportunidad de poner sus notas en el aire. Es tiempo de descanso, los de la banda toman agua sentados en una de las mesas. La cantante mueve su cabeza, extiende su cabellos por el aire. Los dos que querían besarse han llegado a un acuerdo, se acarician sin pudor los labios y las lenguas. Ha sido una semana larga, así han sido las últimas semanas. Una de mis amigas, la que duerme con sus gatos ha escrito un poema, el texto hace referencia a sus órgasmos calibrados por lo seco, a su gemido sin saliva.

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