Me gusta poner la boca en las palabras para expresar el ánimo disperso al cual me atengo cuando miro los escotes y sostengo entonces una pesadez de culto por el pecado de mirar y la inocencia al esquivar la mirada estirándola hacia otra parte.
Me gusta hablar de la extrema desnudez con la que palpita un lunar en la espalda o en una pierna cuando puedo observarlos sin los lentes.
Me gusta expresar mi entusiasmo por la tarde ociosa cuando extingo cualquier responsabilidad metálica y me extiendo a mí mismo sobre mis propias experiencias y hablo sin contención alguna de mí mismo.
Me gusta hablar de los susurros y del quejido íntimo de una mujer que no dice nada cuando lo quiere todo, por ejemplo ahora, tú desconectas toda teatralidad verbal y te quedas callada en tu lado de la cama, apenas miras y te apegas a un silencio engañoso.