— ¿Roncas?
— No sé, quizá lo hago cuando estoy acompañado.
— Si roncas, te voy a sacar de mi cama y te irás de inmediato.
— ¿Cuál es la bronca con los que roncan? De todas maneras no lo hago.
— ¿Cómo lo sabes?
— No lo hago, he dormido acompañado y nunca se han quejado por eso.
— Eso no es certeza de nada.
— No ronco, lo sé, me lo han dicho, y no tengo la nariz bloqueada, no tengo sinusitis, no fumo y no estoy ebrio ni gordo.
— Quiero creerte.
— No me has contestado, ¿cuál es la bronca con los que roncan?
— Promete no contarle a nadie.
— Lo prometo.
Hace unos años compartí con un hombre algo más de seis meses en su apartamento, una relación que debió durar mucho más tiempo, era lo que puedo decir aún, una pareja con quien podía apostar por estar juntos por siempre. Ahora estoy contigo, ya sabes, no funcionó como yo lo imaginaba. Yo soy frágil de sueño, es fácil que un ruido me despierte, alguna vez tuve un gato y su ronroneo me despertaba.
Él roncaba. Roncaba de una manera indecente, apenas se dormía empezaba con un sonido suave y lento, luego con el transcurrir de los minutos se hacía fuerte y rápido. Al comienzo el desvelo no me importaba, unas veces lo movía empujándolo un poco, al cambiar de posición el sonido desaparecía o disminuía, y yo me iba quedando dormida hasta que el sonido aparecía nuevamente. La verdad lo amaba con un entusiasmo enfermizo, me parecía que contarle acerca de la molestia producida por sus ronquidos era ofenderlo, así, decidí tomar pastillas para dormir, las tomaba apenas iniciaba mi lectura nocturna, y dormía hasta la madrugada, justo al despertar desde su boca salía un sonido como si por dentro se estuvieran agrietando todos los volcanes del mundo.
Las pastillas para dormir no fueron una buena idea, los efectos secundarios hacían de mi día un desastre, las dejé y acepté que mi dulce sueño de amor perfecto debía ser advertido, una noche le dije, se lo mencioné y él se enojó hasta el punto en que yo me cohibí de mis certezas, esa noche durmió en el sofá, fue la primera noche de muchas, así pude dormir tranquila un tiempo. No duró mucho, quería que él estuviera a mi lado y él quería lo mismo conmigo, volvimos a juntarnos y volvimos a la rutina, él roncaba, yo trasnochaba, yo me enojaba, él se iba al sofá y me acusaba de tener un amante y llegar cansada a casa por estar con el otro. Fue horrible, sobre todo porque para mí es indispensable la fidelidad, cuando me acusaba de eso sentía que ponía en riesgo mi humanidad.
Él insistía en que no roncaba, y yo me enojaba hasta el hastío porque pensaba que si él iba al médico podrían darle algo para quitárselo. Una noche decidí grabarlo, me quedé dormida después de él, leí un libro mientras a él el sueño lo iba abarcando, una media hora después empezó, entonces puse el celular a grabar, lo conecté a la energía para que cargara la batería mientras estaba grabando. Leí otro poco y también me quedé dormida gracias a la pastilla para el sueño.
Al otro día, con una de las aplicaciones con las que vienen los celulares corté la grabación solo para dejar el sonido de sus ronquidos. Eso hice durante un mes, no lo grabé todos los días porque nos enojábamos y él se iba a dormir al sofá, yo dormía sin pastillas.
Un día le puse el audio, estábamos desayunando, él se enojó conmigo, sin embargo en sus ojos un placer indefinible lo surcaba constantemente, se enojaba conmigo como si se sintiese descubierto, pero en sus ojos un placer superior se reflejaba.
El enojo fue mayor. Yo salí y me fui a donde mi mejor amiga, pude dormir mientras ella iba a hacer compras, quizá dormí más de veinte horas, ella no me interrumpió, solo dejó que yo descansara. Cuando desperté, ella se iba al gimnasio y yo me quedé jugando con el celular, la aplicación que había usado para grabar los ronquidos y para unir una grabación con otra permitía poner el sonido al revés, lo hice, fue cuando lo escuché todo, al revés, sus ronquidos escuchados al revés repetían una y otra vez los 22 capítulos del apocalipsis de la biblia católica.