Hay días en que estamos idos | Reseña

En el Paradero Para Libros Para Parques del Parque el Carmelo, cerca de mi casa, en la ruta que tomo para ir al centro comercial en donde tomo café los fines de semana, la muchacha que gestiona el sitio me recomendó este libro de cuentos, «Hay días en que estamos idos». Ella hizo la misma promesa que hemos hecho muchos cuando nos gusta un libro, te lo lees en una sentada.

Esta tarde, en el sofá junto a la ventana desde donde puedo ver ocultarse al sol en la tarde bogotana, lo leí, como dijo mi amiga de los libros, en una sentada. Son seis cuentos que entraron exactos en las 162 páginas del libro con el que la editorial Seix Barral los publicó.

Una amiga suele escribir esto en el muro de esta red social, todos estamos rotos, estamos llenos de rayones en el cerebro y de heridas en el corazón. Parece que Andrés Mauricio Muñoz, el autor de los cuentos piensa lo mismo, y lo muestra con seis historias en las que las personas no pueden ocultar ni los rayones ni las heridas.

Estar roto sin alguien cerca que lo note nos hace pasar por gente normal en la vida, pero los personajes de estas historias no tienen esta fortuna. En ‘Lore, el niño no aparece’, una historia fantástica sobre una pareja, madre y padre, que deben vivir con la soledad producida por un hijo que se pierde en su propia casa, pero que lo escuchan y pueden hablar con él sin que logren en modo alguno recuperar su presencia física.

‘La mata, la matica’, es una narración en la que la historia gira en torno a una planta de dragonaria, sin embargo los personajes deben soportar su vida como padre y madre sin saber cuál es el modo correcto para hacerlo y se enfrentan a recordar que sus progenitores lo hicieron todo perfecto y las otras parejas que conocen lo hacen del mismo modo, mientras ellos no terminan de aprender y deben enfrentarse a la mirada de su hijo que se inquieta ante la inmadurez de quienes lo crían.

‘Juliana tiene mundo’ es una historia en la que entre los protagonistas no se encuentra un niño, pero el hombre adulto que se ve quebrado ante la indiferencia de su esposa se comporta como tal y vive en ese mundo inasible en la que el poder de ser uno mismo se pierde y queda sujeto al de la persona que provee para los servicios y para llenar los cajones de la alacena.

En el cuarto cuento, ‘Agatha solo quiere jugar con Jimena’, pone a una niña en el centro de la narración para hacer como los magos, con la otra mano mostrar la herida mental del hombre que está contando la historia. Como diría mi amiga, otro que anda con las emociones rotas hiriendo a los demás con el borde afilado de los vidrios rotos que guarda en su pecho.

En ‘Abril’, afortunadamente sin la presencia de un niño o una niña, pone en la escena a una actriz que ya no es parte de la fama que dan los medios a quienes están en escena, y también encuentra una manera de mostrarnos la falta de atención que tenemos todos y la urgencia con la cual vamos buscándola de cualquier manera.

El último cuento del libro, ‘Cuestión de registro’, parece servirse de lo cómico para exponer nuestra dificultad para enfrentar la agresión y la manera insana como nos vamos dejando empujar hacia los abismos. Un hombre se apropia de una casa que no le pertenece, otro pierde la casa y su pareja, y parece que como en una espiral de absurdos el uno toma la vida del otro para que en algún momento ese traspaso ocurra nuevamente.

Desde el lugar en donde yo leo cuentos, puedo recomendar este libro, es un buen momento de lectura para ponernos de frente ante la fragilidad de la que estamos hechos. Algo no me gustó, y fueron los títulos, tanto el del libro como el de los cuentos, yo los siento con poca creatividad, pero a quién le importan los títulos cuando el libro, los cuentos, la historia, la escritura son buenas.

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