‘El que nada debe, nada teme’. Un dicho popular que en alguna medida todos hemos pronunciado en Colombia intuyendo que la declaración de inocencia es suficiente para evitar ser condenados. También decimos, ‘el que nada sabe, nada teme’, otra manera de ofrecerle un tributo a la indiferencia con la cual miramos la realidad; no saber de ella para evitar contrastar los hechos y no tener que enfrentarse a una realidad que en el caso de esta novela es una hecatombe de hechos repitiendo muertes y desapariciones.
Pedro Cadavid, un profesor y escritor es la voz omnisciente que narra sucesos sangrientos y grotescos de una población que ha estado sometida a los excesos de los grupos armados. Confronta sin trucos la historia de personas cuya desaparición convirtió la mente de sus familiares en una fosa ambulante, y pone en el centro a La Escombrera que como un hoyo negro parece haberse tragado los cuerpos de muchos desaparecidos.
El capítulo sobre La Escombrera está lavado en el dolor de quienes esperan encontrar un cuerpo o una verdad de la cual asirse. Por lo menos veintiséis víctimas signadas con una cruz al comienzo de cada relato, una cruz que nunca encontró su tumba, o una tumba que nunca pudo preñarse con un ataúd y su cuerpo.
Orión, el personaje de la mitología parece surgir en el cielo con su garrote para golpearlo todo y lanzarlo contra el espacio vacío, y Orión la operación con la cual el estado busca recuperar una zona fuera de su control también lanza con mayor velocidad a los habitantes de la comuna hacia la desaparición forzada.
Hay miradas poéticas de la realidad en la novela, una forma de resistencia desde la cual el escritor rescata la vida de quienes, aún en la calamidad alumbran la vida. Una biblioteca impulsada y sostenida por mujeres y recicladores. Un músico a quien le interesan los sonidos de quienes están ausentes y nos convence que en la tierra todavía el eco con la voz de alguien se está repitiendo. Un cartógrafo que supera los mapas del gigante tecnológico Google porque indica en sus trazos en donde hubo otra muerte. Unos muchachos que cantan y bailan sus historias y las de quienes dieron vida a los barrios.
Parece una crónica con un inventario de bandas con sus líderes, cada uno con una intención, y tras esa intención que para ellos era buena, aparecen los demonios que no pueden ser contenidos, las muertes y los secuestros, el reclutamiento y las violaciones, las armas y el miedo.
Es también una historia de amor, sin Alma, el narrador no hubiese subsistido. En ella, “él explotaba como un géiser y ella se derramaba como lava”. Es Alma la única que puede entrañar el espíritu del amor en toda la novela hasta llevarlo al final a sanarlo con sus mitos y rituales.
Una gran novela. Recomendada para leer y releer.