Paseos dominicales

No sé cómo llegamos a la Plaza de Bolívar en el centro de Bogotá, la negación a saberlo, por supuesto, no se debe a los medios físicos o las calles utilizadas, simplemente ese no era el lugar al cuál nos hubiéramos dirigido de haberlo preguntado al comienzo de la cita. Nos encontramos en un centro comercial, domingo, al comienzo de la tarde, íbamos por un helado y secretamente cada uno solo quería entrar a cine para estar dos horas en silencio, eso sí acompañados, compartiendo algo que a los dos nos produjera las mismas emociones sin estar necesariamente conectados el uno con el otro. Lo del helado sucedió sin imprevistos, una fila corta en el lugar donde los compramos, elegir los sabores, que en mi caso fue por colores, me gustan el rojo y el blanco, así escogí dos sabores, frutos rojos y coco, ella, sin que yo supiera la técnica que usaba para hacerlo, pidió un sabor de nueces y el otro de fresa.

Los fuimos comiendo mientras nos acercábamos a la entrada de los cinemas, lo seguimos haciendo al hablar sobre las películas en cartelera, y luego los terminamos habiendo decicido no entrar a cine porque ninguna película nos gustó a los dos. Yo quería ver una de acción, de las típicas para adolescentes, con persecuciones de autos, muchos tiroteos, peleas y explosiones, pero no lo dije, solo fui aceptando sus juicios sobre las películas hasta que no hubo opción alguna.

La librería estaba llena, llena en el sentido de que por los pasillos había personas mirando libros como quien va a un acuario y ve los peces sin interesarse por ellos, solo identificándolos por los colores y sus formas o por la manera en cómo nadan, así los transeuntes de los pasillos en la librería, daban una mirada a los libros tomándolos en las manos sin ocuparse en las notas sobre ellos en las solapas o reconociendo a los autores y menos sabiendo algo acerca de la profundidad o ligereza de ellos. Yo me aproximé a la sección de los escritores latinoamericanos, estuve buscando poesía chilena, apenas encontré cuatro títulos de dos autores, claro, descontando los típicos de Neruda y Mistral, de los dos estaban expuestos varias antologías.

Ella, digo yo, se batió entre los libros de historia y filosofía, vino a mostrarme uno de un filósofo oriental, y se le notó la satisfacción al decirme, ya lo leí, es bueno, sorpredentemente lúcido.

Tras caminar otro tanto entre el ruido de las personas en los pasillos del centro comercial nos dio por salir, fuimos por las calles sin mucho tino, no encontramos nada que lograra interesarnos, y quizá fue eso, nos sentimos tentados a seguir buscando algo que nos llamara la atención a los dos, pensaría yo más tarde que ella era suficiente para llamar toda mi atención y no necesitaba de otras cosas para estar con ella, pero nos subimos a un taxi con la idea de ir hasta la biblioteca Virgilio Barco, pero no exactamente a ver libros o internarnos en una de sus salas, la intención era dar una vuelta caminando por las zonas verdes que lo rodean. Cerca de la biblioteca, por la calle 63 quedamos en un trancón, la congestión vehicular no permitía ir hacia adelante o hacia atrás, el conductor dijo, sin convencernos, que había un concierto, siempre en conciertos esa zona se congestiona.

Desviamos por la Avenida Rojas, el desvío nos llevó hasta la calle 26, entonces la tomamos hacia el centro, creo que con la idea de ir hasta la carrera 50 y devolvernos por ahí hacia la biblioteca.El taxista, no creo que con intención, se pasó y no tomó la vía, nosotros íbamos hablando del clima y el impacto del mismo en los colores de la naturaleza, la manera en cómo dan fuerza a los amarillos, el silencio con el que matan el verde, cosas así, ella con su insistencia en ser experta en los colores y sus símbolos se mantuvo centrada en ello, y yo centrado en ella. Así el taxi pasó la Universidad Nacional sin adevertencia de nadie, luego el taxista, ya cruzando debajo del puente de la Avenida NQS, dijo con temor, que pena con ustedes, no pasamos. Ella dijo, se pasó, nosotros no vamos conduciendo.

Yo dije, podemos seguir y nos acerca al centro, talvez podamos ir al mercado de las pulgas frente al edificio Colpatria. Ella se negó, mientras se negaba el taxi seguía aproximándose a la ladera de los cerros, y claro, cuando terminó la discusión estábamos llegando a la quinta. Finalmente tomó hacia el centro, yo la convencí de dar una vuelta por ahí, ella no quiso ir al mercado de las pulgas porque todo está lleno de polvo y eso le afecta las alergias, o algo así, no recuerdo con exactitud. Así como tampoco creo que haya sido ese el modo en que terminamos viendo el atardecer de Bogotá en la Plaza de Bolívar.

Imagen de Makalu en Pixabay

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