No conocí la costumbre de deshojar margaritas hasta pasados los veinte años cuando el profesor de matemáticas insistía en que el número de pétalos seguían la secuencia de un tal Fibonacci. Aprecié luego la costumbre por puro despecho amoroso gracias a una compañera de clases con quien tomaba café y por quien ordenaba mis palabras en secuencias lingüísticas. No tengo certeza histórica acerca de si fue o no Oscar Wilde quien signó a los matemáticos, poetas y filósofos como gente que llegaba a esa profesión por haber sufrido una tristeza amorosa. Así descanso sobre una y otra cosa aprendida mis pequeñas memorias amorosas como si fuesen ecuaciones a las que no pude encontrar la fórmula que da solución a sus incógnitas.
Oscar Vargas Duarte
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