Voy temprano a un lugar público a tomar café, apenas han llegado a trabajar quienes organizan los muebles o atienden el café. En el café me gusta oler por encima del aroma de las tazas a esas mujeres, unas que todavía huelen al sexo que tuvieron antes de salir de casa, y su cara refleja todavía la complicidad del grito, el movimiento y los aromas, sin que existan música, danza, o comida en sus camas.