Me duele la garganta, parece que el resfriado quiere hacer notarse. Un virus más que logra su propósito y usa mi cuerpo para su supervivencia. A las dos de la mañana desperté con la sensación de que todas las palabras habían engordado, así por su nuevo peso y volumen no podrían ser usadas más en mi vocabulario. Pensé en el lenguaje de señas, estuve tentado a buscar el celular y conectarme a alguna página para aprender lo básico, las señales para el agradecimiento, para pedir ayuda, y por supuesto para la furia. A propósito de la furia recordé con el dedo del corazón rígido y la mano cerrada en un puño, claro, aunque no hubo necesidad de extender hacia lo alto el brazo, debajo de las cobijas hice ese gesto por alguna persona a quien pienso le va bien merecido.
El libro de cocina dice en la página doce que el agua hierve entre 95 y 100 grados centígrados, más o menos cinco minutos a buen fuego. Hace diez dejé una jarra de aluminio en la cocina y, por supuesto, hace cinco que debí haber ido a apagarle el fuego que la incendia. En la cocina, junto a los platos que ni se lavaron anoche había una «galleta china de la fortuna», venía con arroz que pedí a domicilio al comienzo de la semana, ‘No importa lo lento que vayas, siempre y cuando no te detengas’, algo así debe decirse el virus de la gripa, sigue que de a poco vas a tomar posesión de este cuerpo.
La taza con el agua caliente recibe la medicina, ingiero la preparación y doy por sentado que el laboratorio farmacéutico que produjo el remedio hizo pruebas y antes de levantarme de la cama no sentiré los síntomas que me producen tanto malestar. No diré las palabras para la furia porque también doy por sentado que la escuela y la casa fueron exigentes con aquello del uso del lenguaje, que siendo tan amplio no puede quedarse solo repitiendo esas tan antiguas, y tan antiguamente repetidas.