La mujer que está desnuda en la habitación solo le pertenece a sus manos, a las propias, que con vocación de éxtasis adelgazan una crema para la piel sobre las piernas. El aroma con el cual acerca otras maneras de hallarse en el aire salta los escalones invisibles del aire y se queda en su nariz. Los brazos estirados para atender su peso y saber la distancia entre ella y su sombra, sí esos brazos, los de ella, están a tiempo de cruzarse sobre su pecho y abrazarse.
