A una mujer cuyo nombre lo componen dos sílabas.
Ella sintió como la precipitación de un pensamiento la hacía caer en tentación sin que sus principios pudieran salvarla. Despertó, no abrió los ojos, no había respuestas en la mirada abierta, no movió su cuerpo ni se atrevió a cuestionarse la idea o la imagen que la había despertado, sí se humedeció los labios con la lengua, eso tampoco debió haberlo hecho, ese movimiento le hizo recordar el sueño completo. No era un sueño, era ella despierta imaginando un momento en que decía mi nombre y cuando terminaba de pronunciarlo, con la última letra ofrecía sus labios para exponerlos completamente a mi boca. Movió su mano derecha para tocar el hombro del otro brazo, y cayó nuevamente en tentación, la tela se movió y repitió la imagen de mis manos despojando a sus hombros de la blusa. A las once y veinte ella no sabía si tomar el camino del sueño, temía ser presa de su inconsciente, en cambio despierta la culpa y el deseo subían en oleajes desde los pies hasta la cabeza. Antes de las doce de la noche había soñado despierta del mismo modo en que había dormido y soñado conmigo. Mordió sus labios, eso le produjo una imagen más poderosa, y se tocó el lugar del cuerpo en donde la imaginación le había dicho que yo la mordería con ventaja porque ella no opondría ninguna resistencia.