Dos relojes juegan a llegar primero desconociendo su característica de objetos siameses, van al mismo ritmo y sin posibilidad de adelantar uno al otro, su ritmo no es controlado por su impulso, así van, uno tras el tic tac que le asegure la llegada, el otro silencioso cambiando la luz con la que indica sus números. Un hombre y otro construyen un imperio, ambos observan su monumental riqueza mientras la muerte descuenta tranquila, no sus posesiones, su tiempo para asegurarles el fin de sus horas.
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