Objetos rotos, vidrios fragmentados en el piso, porcelana maltrecha en los mesones y baldosas, cristales abiertamente heridos, eso pasa, son frágiles. Me gusta creer cuando alguno de los objetos en mi casa se cae de mis manos y se quiebra, o cuando aparecen rotos junto al lugar en donde yacían plácidos, que es una destrucción necesaria, el Big Bang que abandona el estado de quietud para ponerse en movimiento y orquestar una construcción nueva, un nuevo espacio en el universo. Esta mañana, una jarra de vidrio se descolgó de mi mano izquierda y cayó de manera inevitable sobre el piso de la cocina, fragmentos de vidrio se elevaron y cayeron, el ruido del objeto al caer se olvida pronto, un ruido que llega a lo profundo en donde los miedos conviven con el deseo, de ahí, de ese lugar la onda de sonido recoge lo que el rompimiento quiere ofrecer para crearse. Así hoy, un nuevo entendimiento empieza a gestarse, una circunscripción renovada de otras especies, una lírica entonándose sobre las ondas del vidrio al romperse. Saber de qué se trata es una expiación adicional de las culpas de ese otro que es uno mismo, de ese otro que quiere controlarlo todo, que necesita saber para controlar, pero no hoy, hoy es un día para expresar asombro cuando ante la mirada atónita se disponga ante mis ojos aquello por lo cual la jarra ha quedado rota para siempre.
