Tienes diez años, apenas los cumpliste unos meses atrás, te sientas en el andén occidental de la plaza del pueblo, no te fijas en el punto cardinal, solo sientes el sol en tu cara, el sol doliendo como las lágrimas que descuelgan heridas por las mejillas sucias del polvo que has llevado en cada ocasión que te las limpias con las manos. Lloras, estás solo, te levantas y vas hasta el único lugar que conoces, allí te dan agua, te ayudan, cruzas nuevamente la plaza, haces aquello por lo cual fuiste hasta ese pueblo, gimoteas hasta llegar a la estación de buses, esperas por uno que te lleve de vuelta. Tienes diez años con unos meses, era la oportunidad de hacerte fuerte y tener confianza en que todo se compone, pero no, fue el momento de sentirse solo para siempre.

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