Ella se acerca al espejo, está desnuda, mira su cuerpo, reconoce sus formas, levanta los brazos, los deja caer, vuelve a levantarlos hacia adelante, abre las manos, extiende los dedos, pone los brazos sobre los senos, los cubre, deja sus manos ir hasta la cadera, palpa la piel, sus manos van al estómago, el ombligo absorbe la atención de sus dedos, sus brazos vuelven a caer en línea vertical junto a su cuerpo. Reconoce la diferencia de colores en su piel, mira detenidamente unas manchas, cree que tiene nuevos lunares, encuentra sus ojos en el espejo, se pregunta por el alma, ¿dónde está el alma?, después de un parpadeo cae a la nariz y sabe que ha cambiado, ha perdido una linealidad que alguna vez tuvo, se acerca al espejo, toca la nariz sin mucha fuerza, abre la boca, expone la lengua al aire, tarda unos minutos en hacer gestos con la cara, se ayuda con las manos. Continúa desnuda frente al espejo, levanta los pies, se da media vuelta de un salto, se ríe, quiere descubrir su imagen estática en el espejo, ser más veloz que la luz y al volver a ver la imagen descubrir que es su cuerpo mostrando la espalda mientras ella lo mira de frente, no ocurre, nunca ocurre. Abre las piernas, imita a un luchador de sumo, da un giro, mira la imagen en el espejo desde en medio de las piernas, no le gusta la imagen, se queda ahí, sin más. Se sienta y toca el espejo, hace un croquis de su cuerpo en él, hace gestos de negación con la cabeza, siente frío, mira hacia la cama, toma la ropa, se viste, vuelve al espejo y sonríe.
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