Ella había calculado que durante el último año habían tenido sexo con su esposo una vez cada seis días, de esas veces solo tres fueron en un lugar diferente a la casa, en un hotel en el que estuvieron de vacaciones una semana. De todas las ocasiones sus orgasmos habían sido reducidos a uno cada tres ocasiones, es decir, tuvo 61 relaciones sexuales en el año y 20 orgasmos. No es una estadística exacta y no le hace falta exactitud en estas cifras, sigue pensando en números, los orgasmos han sido mientras ella se dispone vertical sobre la horizontalidad de su esposo. Busca más cifras, hasta la semana anterior no se había acariciado ella misma para compensar su éxtasis, eso le pareció extraño el sábado, más extraño el domingo, y luego le pareció una exageración el lunes, entonces el martes se negó a hacerlo y ahora, lo que había imaginado mientras resolvía con destreza los caminos hacia sus propios orgasmos, ahora le ocurre y se repite en una sucesión interminable de lo que ella cree es un sueño. Despierta a las cinco de la mañana, está sola en la cama, toma el teléfono, me habla, le digo que pasaré pronto, ella sin entender por qué lo acepta, luego se ve abriendo la puerta para que unos minutos después la cama esté dispuesta para aceptar el sudor y el movimiento de los cuerpos. El orgasmo no llega al comienzo, es casi dolorosa la continuación y cuando llega, cuando llega y lo deja alargarse por sus piernas se despierta nuevamente a la misma hora en que se empezó la mañana.
