Imaginemos. Esta es la selva. Abundan el asfalto y los humanos. El cemento, el ladrillo, el asfalto asaltan cualquier mirada, no hay opción de eliminarlos del paisaje, se disfrazan, amarillo, negro o gris oscuro, pocas veces se viste con una tonalidad cromática diferente. La calle es un río por el cual ascienden caros plásticos y latas, instrumentos de transporte forjados en hierros sobre neumáticos. Yo camino sin opciones, he comprometido mis pasos hacia la montaña de cuadros. Todo es cuadros, al ojo le niegan las curvas, la arquitectura es de líneas rectas. Tengo fiebre, he querido sucumbir a ella para llegar al delirio, no va a ocurrir pero se oye bien como si hubiese tomado el camino de la periferia. Vuelvo al camino, un paso y otro, tres y otros más.
