La mujer que me gusta sabe asuntos de mi vida de los cuales no tengo conocimiento, por ejemplo, sabe de la diferencia entre la velocidad de mi sonrisa espontánea ante el asombro de encontrarla a ella, y la velocidad, que no es la misma, con la que sonrío al escuchar que ella dice mi nombre. A propósito del nombre, comprende más que nadie el cambio en el ancho de la pupila, cuando ella dice mi nombre una fuerza secreta se asoma en los ojos y se nota su presencia en mi pupila dilatada. La mujer que me gusta sabe que cierro los ojos cuando la abrazo, y no solo eso en el abrazo, sabe también que mi corazón cambia del ritmo tranquilo a uno acelerado y furioso que cambia apenas ella retira sus manos de mi torso.
