La mujer que me gusta ha puesto un límite a sus fronteras.
En el norte ha señalado con un beso en mis ojos que estaría dispuesta a ir conmigo hasta donde mire yo con esperanza.
En el sur trazó unas líneas con las cuales firmó sobre la palma de mis pasos su aceptación del asentamiento en el camino de mis huellas.
En el oriente escuchó vibrar mi tambor de sangre bombeando sin parar su líquido de vida hacia todo mi cuerpo, puso allí para servir de guía a sus meridianos y paralelos para acompañarme en el viaje.
Sobre la curva occidental de mi brazo diestro convino en ceder su brújula señalando con ella el ritmo a seguir en cada acción que a mí me comprometa.
