Otra vez le he cambiado el nombre a ese animal que aparece algunas noches en la casa de la abuela. Ella lo toma de las patas y lo lanza contra el techo, se queda quieta y desde lo alto desciende una baba viscosa que le enloda la cabeza. Luego camina entre los objetos sin notar la baba en su pelo.
Ahora lo llamo “ratocinio”, claro, sé que la palabra no existe. Es una combinación entre ratón y raciocinio. Se lo he puesto porque cuando tuve los últimos sueños sentí el mismo miedo que me producen esos animales, y mi capacidad de entender lo que sucedía era de un tamaño inverso a ese miedo.
Alguien parece estar dando instrucciones, descuelgan todo y queda solo mi cuarto con mi cuerpo extendido en la cama.
Ya no puedo verme, voy a despertarme y temo que esa humedad viscosa que se pegó en mi cuello cuando mi abuela se despedía esté todavía en mi cuerpo.