Todos somos desconocidos al otro, son mínimas nuestras acciones públicas, no pueden vernos dentro para saber lo que pensamos en la ducha, los primeros pensamientos antes de introducirnos en el día, y en el mismo sentido después de la tarde, lo que pensamos previamente al ser introducidos en la noche. No saben los otros la sensación exacta que nos impulsa a frotarnos las manos mientras la muchedumbre es un recuerdo arremetiendo en la memoria para ser habitantes de las poblaciones internas. El rostro público es una aproximación que habla delgadamente del que produce luminosos y sombríos en lo íntimo. Somos desconocidos del uno para el otro, y míranos como estamos de amables diciendo que nos conocemos de siempre.