El manicomio que habitas

Hay gente que llega a tu vida para convertirse en el manicomio que habitas.

Hay personas que llegan y sus palabras y obras son un cincel que al tocarte rompen las formas perfectas en tu corazón. Llegan a tu vida para que se te note la locura, para inhibir tus sentidos, excitar el desequilibrio, inhibir tus cualidades, subrayar tus carencias, exaltar el temor y resaltar las grietas.

Están quienes disparan cadenas con arengas y te amarran a su tiempo de condenas, te juzgan y te obligan a sus sesgos, te quieren de su lado sin que haya claridad o nobleza en su deseo.

Vienen con sus miedos envueltos en retazos malolientes, te quieren someter a sus creencias, piden que te calles y atiendas solo a sus maneras de ensuciar la luz solar para que no veas más allá de sus obtusas reticencias; están al acecho todo el tiempo, quieren que temas, que desconozcas a tu libertad y a tu alegría.

Los hay con un puñal acertando cada instante a tu pecho, no quieren la confianza del latido que, sin saber del anterior, confía en el siguiente palpitar del corazón, esos quieren derribar tu confianza en el futuro, en los otros, en ti mismo.

No importa sin son muchos o son pocos, aparecen para consumirte, te quieren sin el entusiasmo por la vida, desean ellos que estés sin estar, que navegues sin mar y te olvides de las olas. Estos son los apagados contagiándote de la inmovilidad sin esperanza.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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