Cada uno tiene sus mitos y teme o vive la esperanza gracias a ellos. Tenemos amuletos para llevarlos colgados del cuello, puestos en la muñeca, en el giro de los tobillos o tatuados en el cuerpo, sea espalda, piernas, brazos, cuello u otra parte. Estos pueden ser símbolos para representar protección o valentía, y tantas otras cosas para las cuales hemos decidido usarlos en caso de auxilio. Así iba ella hablando mientras la tercera empanada había desaparecido del plato y el jarro de cerveza pedía ser llenado nuevamente. Me mostró una marca puesta con fuego, con una lámina de acero caliente le habían hecho una cicatriz que vista con detalle era un trébol de cuatro hojas. Su primer esposo, un ludópata a quien la había convencido de que gracias a que ella asistía con él al lugar de las apuestas él ganaba.
Sucedió de ese modo durante el primer año, ganadores disfrutaban de una vida sin lujos, pero cómodo. El mes trece la suerte cambió, más deudas que ganancias, más enemigos que conocidos y, sobre todo más temores. Él soñó una noche que a su pareja le habían robado la suerte, así que para devolvérsela debería darle un objeto asociado a la fortuna. Estaba ebrio o sobrio, igual, una noche de locura tras haber conseguido la figura de metal, la puso encima del fogón en la estufa, la dejó allí hasta que el rojo del fuego se apropió de la pieza metálica.
Ella estaba durmiendo borracha en el sofá de la sala, no pudo evitar el roce, no lo vio cuando se aproximó para poner a presión el trébol de fuego en el brazo. Quizá eso le hubiera devuelto la suerte al jugador, talvez ella era el origen de su buena fortuna, cualquier cosa, pero ella no estaría con alguien con esa capacidad de ‘animalamiento’. Lo dejó, si es que se puede dejar a las personas, corrigió y dijo, sabe, uno no deja a nadie, uno se va. Me fui.
El trébol le trajo suerte durante una temporada, y cuando la perdió se hizo tatuar una carta, “el rey de oros” de la baraja española. La suerte vino y se fue, volvió y se perdió. Las empanadas se acabaron, yo pedí otras, las trajeron con otra jarra. Ella notó que le había visto cada símbolo en sus brazos. Respondió a mi mirada diciendo, son muchos, aunque son permanentes en mi cuerpo, el valor que yo les doy no lo es.
Levantó la pierna, movió la falda, me mostró unas piernas blancas y robustas, luego una moneda que me dio la impresión de que cambiaba. Sonrió primero y luego ese movimiento se convirtió en una carcajada. Sí, cambia de lado, me la hizo una mujer que vivía en el desierto. Yo solo apuesto cuando está del lado que ella me dijo. Por ejemplo ahora, he pedido que tú te quedes esta noche en mi cama.
Imagen de Ryan McGuire en Pixabay