Memorias

Cuando digo estar aquí no es exacto, antes de que mires hacia donde estoy hay una probabilidad cierta de que yo no esté en este sitio.

Ese pequeño roce de tus labios al que llamas beso y diriges hacia mí puede ser una consecuencia de mi deseo, o por el contrario, la causa del mismo.

La fuerza percibida por mi mano abierta cuando lanzó una ráfaga de aire desde mi boca es proporcional a la que usas para poner un beso en la yema de tus dedos.

Enumerar tus pasos o hacer lo mismo con los míos es una manera de tejer pares y nones entre tu destino y el mío.

Asomarme a la ventana y aceptar la luz en los ojos para ver mi rostro reflejado en el vidrio es una manera de poner un espejo en el cual tú eres la memoria que lo llena.

Escribo a mano alzada tu nombre cuando dos cosas se juntan, el aire hecho de paredes invisibles y mis dedos alados trazando líneas sobre ellas.

Aprendo un lenguaje secreto, de temblores y colores, mi timidez ante tu boca de beso, el color de mis mejillas al sentirme descubierto, y tus ojos recogiendo y soltando la luz para sonreírme con tus párpados.

Hago un curso intensivo de geometrías verbales cuando pronuncias mi nombre para centrar en él los verbos con los cuales tu sueño se ve amenazado cada noche.

Soy la segunda voz de las canciones amorosas, sin notarlo, aunque queriendo, menciono entre notas musicales tu nombre, y sinceramente aprecio la diligencia del viento porque se atreve a llevar mi voz de manera secreta hasta tu oído.

Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay

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