Miras a las mujeres vestidas y las imaginas desnudas. No es una tara, no piensas en que sea un mal comportamiento, mucho menos si es la mujer de pecas que está en la recepción del edificio al que vas cada miércoles a tus citas médicas. En el consultorio hay un letrero ofreciendo silencio, no lo piden, dice: «Te ofrezco mi silencio para que puedas conectar contigo.» Compartes horario de cita con una señora de quien sabes la edad exacta, 86 años, 4 meses y tres días. Ella lo menciona cada ocho días y acaba de hacerlo apenas te ha saludado. Ella no tiene problemas médicos de ningún tipo, en cambio tú vas porque te duelen las rodillas. Le has mentido en cada ocasión que te pregunta, dices con voz de profunda resignación, doble resignación, nunca jugaste fútbol y estás mintiendo, jugaba por la lateral derecha, y los defensores eran muy fuertes, tuve varias intervenciones quirúrgicas porque los golpes que daban a los habilidosos eran fuertes dada la voracidad con la cual querían impedir los goles.
A esta mujer te la imaginas con la misma desnudez que hiciste con la de la recepción, y le supones tatuada la espalda y una de sus piernas. A la de la recepción la imaginas con una cicatriz en la rodillas.