Difamaciones propias

Yo caigo en el miedo los miércoles en la tarde, después de las cuatro cuando parece haber descendido mi nivel de entusiasmo por la semana y empiezo a deslizarme por una curva en descenso que sin esfuerzo me convence de estar triste. Vendo la tristeza al mejor postor, eso le digo a una de mis amigas y ella convencida del ofrecimiento pone sobre la mesa una nota en la que están el nombre de un lugar y una hora para la cita. Dice ella, a esa hora te espero, pago por tu tristeza lo que puedas hacer en ese horario. Hago un rápido balance, sumo distancias, tiempo, expectativas por las supuestas posibilidades en la cita, recorro rápidamente las imágenes del apartamento, lo que dejaría de hacer, sumo y resto sin que el resultado sea concreto o útil. Voy, te veo en ese horario.
Al entrar al restaurante una mujer solicita mi nombre y pregunta si ya he reservado, doy un portazo mental, pero respondo diciendo el nombre de mi amiga y el mío, quizá esté a nombre de alguno de los dos, la mujer dispone de una mejor sonrisa y me dice, lo están esperando. Un hombre es solicitado para guiarme, empieza a orientarme hacia una mesa en donde hay dos mujeres de pie viéndome, esperando a que llegue hasta donde ellas se encuentran, cruzo el último tramo y saludo. El asombro por las dos cosas se conjuga, son mujeres hermosas y están vestidas como si estuviesen conmemorando un momento glorioso, ambas se presentan, primero la del vestido rojo y luego la del vestido negro con visos dorados. El hombre se retira y las mujeres inician la conversación indicándome desde el comienzo que han sido contratadas y dentro de las posibilidades está la de ir conmigo a cualquier lugar incluso a tener sexo con ambas. Les pido un minuto, tomo el móvil, hago la llamada a mi amiga, ella no contesta en el primer intento, tampoco en el segundo, y en el tercero lo hace preguntándome si ese es un precio suficiente para comprar mi tristeza.

Reclamo, y mi reclamo no es tomado en serio, la única respuesta que recibo es, me vendías tu tristeza y te la estoy comprando. No, no voy aceptar este tipo de tratos, las mujeres pueden irse a su casa y yo a la mía, no voy aceptar este tipo de cosas, eso digo con esfuerzo porque en el fondo quiero conversar y más aún estar disfrutando de otro tipo de cercanías físicas. Mi amiga me pregunta sobre la propuesta de comprar la tristeza, le digo, me la quedo, no puedo aceptar este ofrecimiento. Aparecen otras explicaciones, ahora me dice que son sus amigas y no estarán conmigo más que para la charla en la cena, yo debo pagar por haber incumplido la promesa, además me recrimina por estar vendiendo emociones que no pueden comprarse. Regañado abandono la llamada, vuelvo a la mesa, sus amigas se presentan nuevamente, otros nombres, otra propuesta, y las risas para aceptar con el mejor humor el previo instante incómodo.

Pregunto, hasta dónde hubieran llegado si mi respuesta fuese positiva, ellas dicen, teníamos instrucciones de dejarte borracho en uno de los moteles del centro, completamente desnudo, sin identificación alguna y sin dinero, con un certificado en el que menciona lo que vale una tristeza. El certificado aparece sobre la mesa, lo veo, me da temor, pregunto si hay otras sorpresas, juran que no hay más. El hombre del servicio a las mesas trae la carta, la conversación cambia de tono, mi vergüenza no, avergonzado sigo los ritos obligados en la mesa, pido para mí, piden para ellas, viene una botella de vino, yo hubiese querido varios vasos de vodka.

Ellas parecen estar instruidas en mi gusto por cierto tipo de licores, no pidieron vodka o tequila, en cambio de uno de sus bolsos extrajeron unos vasos con el líquido dentro, uno de tequila, otro de vodka, caigo en tentación y bebo primero con entusiasmo para luego caer en el miedo al imaginar que ebrio ellas cumplirán la amenaza de dejarme dormido en un motel del centro y empiezo a deslizarme por una curva en descenso que sin esfuerzo me convence de estar triste.

2 comentarios en “Difamaciones propias

  1. Esta historia se presta a varias interpretaciones, desde la parábola hasta el triller sicológico. La duda que tengo es si la tristeza que se menciona es metáfora de algo concreto, y si también las chicas son sinónimo de otra cosa (se me ocurre que pudieran ser metáfora de una adicción) y si la amiga de la invitación cumple también un papel de «conciencia» a pesar de que pareciera estar jugando del bando de las chicas

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