Todos los días el tráfico es un caos, no del mismo tipo del cual surgió el universo, no aparecerá de pronto un “Big bang” para ordenarlo. Ella mira los tres círculos del semáforo, espera a que la luz pase al color verde, cuenta los segundos y al llegar a 45 ocurre lo esperado, sin embargo, no puede mover su auto, adelante parecen todos estar detenidos y ella en medio como dentro de arena movediza sin hacer un solo movimiento para no hundirse más. Vuelve a lo del “Big bang”, duda acerca del origen de ese conocimiento, en la escuela primario o en la secundaria, ya en la universidad lo sabía. La teoría del caos, es preciso pensar en ello, desconoce si hay libros o películas con ese título, piensa, si no los hay deberían escribirlos y hacer películas basadas en ellos. Algunos conductores hacen sonar las bocinas de los autos, la tentación de reproducir desde su auto el mismo sonido como respuesta no logra superarla, sí, no quiere sentirse como los perros callejeros en las noches de luna, ladra o da aullidos el primero y los demás hacen lo mismo. Mueve los dedos sobre el timón del mismo modo en que lo haría sobre un piano, de manera inconsciente estaba llevando con los dedos el ritmo de la música en la radio. Tres metros, esa fue la distancia recorrida en los últimos veinte minutos, el rojo, el amarillo y el verde se han pasado pasándose el uno al otro el testigo como en una carrera por relevos sin que haya servido de algo. La noche anterior vio una película, no recuerda el argumento o los actores o los nombres de los personajes, no durmió mientras la veía, estaba despierta, vio cada escena y parece ser que eso no quedó en la memoria, hace esfuerzos por pensar en el título de la película, no lo logra, lo único cierto es que no era “La teoría del caos”.
De manera instintiva aceleró, el semáforo estaba en rojo, aun así, el automóvil adelante del suyo se movía, esta vez el espacio recorrido era evidente y superaba los diez metros, un alivio, eso sintió la ver que estaba cerca del cruce entre las dos calles en donde se producía el “embotellamiento”. Reaccionó con dudas sobre el uso de la palabra, imaginó la calle llena de botellas, dentro de cada una los autos del mismo modo que los barcos embotellados que venden en los puertos, dentro de la botella el auto y una botella en el asiento del conductor conteniendo al conductor que con manos invisibles mueve los pedales y el timón del auto. Todos embotellados, y más grande todavía sería la botella que contuviera a las calles y a la ciudad entera. Las gotas de sudor en la espalda habían perdido su forma, ahora eran de forma plana y no podía diferenciarse una de la otra, el calor se hacía sentir por encima del aire acondicionado, incluso quizá también podría deberse al roce del cuerpo con el cuero de la silla. Decir, lavada en sudor, sería una exageración, a quien le preguntase le diría eso, no tenía otra manera de referirse a la humedad en la espalda.
Cambió la estación de radio, música para bailar y no para escuchar, movió la cabeza de un lado al otro, hizo algo similar con los hombros y los brazos, percibió con el cambio de color que podría acelerar sin detenerse, vio a los otros hace lo mismo, cruzó el lugar en donde se producía la congestión vehicular, dio un vistazo a los policías de tránsito que ordenaban el tráfico, no se detuvo a ver el auto que había perdido la rueda delantera justo en medio de la calle, lo olvidó igual que a la película, condujo dos kilómetros más en línea recta hasta que después de pasar el puente giró hacia la derecha y encontró rápidamente la ruta conocida que la llevaría en unos minutos hasta el apartamento. Hizo preguntas en el diálogo interior que sostenía, mejor vivir en un auto e ir siempre a todos los lugares con la casa o que el auto pueda entrar hasta la misma sala del apartamento sin que exista obligación alguna de parquear, buscar el ascensor, trasladarse verticalmente, llegar al piso, dar unos pasos por el pasillo y entrar por fin al lugar de descanso. No se respondió, hizo más preguntas y las dejó para otro día u otra noche cuando pudiera hacerlas sin estar cansada.
Se quitó los zapatos después de atravesar la puerta, caminó en calcetines hasta la mesa del comedor en donde dejó el bolso y las llaves del auto. Movió el cuerpo, la misma rutina de las mañanas antes de iniciar el ejercicio en la elíptica y la caminadora. Ya se había desprendido de la chaqueta, desconectado los botones de los ojales en la blusa, separado una hilera de la otra en la cremallera y se sentó así en el sofá, encendió el televisor con el ánimo de saber cuál había sido la película que había visto la noche anterior. Encontró rápidamente el canal y entonces lo recordó todo al ver la imagen de la calle grabada por la cámara que había instalado en el balcón para ver lo que pasaba afuera mientras ella estaba adentro del apartamento.